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Pontífice

Por Padre Raúl Hasbún

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Puente es una construcción de material sólido ideada por el hombre para cruzar sin peligro una superficie acuática o un abismo y asegurar comunicación entre dos puntos mutuamente inaccesibles. Los requisitos de constructibilidad y eficacia del puente son consonantes con su función primordial. Debe brindar una seguridad significativamente mayor que la que se tiene sin él. Tal seguridad sólo puede provenir de un experto acreditado en la materia. Y tal experiencia presupone que tanto el constructor como su obra tengan similar arraigo en los dos extremos que se pretende acercar y comunicar. De ahí que la inauguración y posterior funcionamiento de un puente generen público y transversal regocijo, y su eventual desplome se lamente como catástrofe de consecuencias mortales. No cualquiera puede sin más ganarse la confianza de ser pontífice.

Pontífice es uno de los nombres de Cristo. Alude al abismo que desde el pecado de Adán separaba al género humano de la voluntad y familia divina. Por la rebelde desobediencia en Edén y la desafiante soberbia en Babel el hombre había notificado a su Creador: "no queremos que reines sobre nosotros. No te necesitamos. Es más: para ser libres y perfectos, debemos sacudirnos del vasallaje con que nos oprimes". El pecado generó un abismo y levantó un muro de separación.

No habría acercamiento ni reencuentro posible sin un destructor de muros y un constructor de puentes. Por eso envió Dios a su Hijo, de naturaleza divina, para que asumiendo la naturaleza humana las reunificara a ambas en su Persona. Al ser perfecto hombre podía rehacer el proyecto original: que el hombre volviera a ser perfecto Hijo de Dios. Y como el muro que mayormente conspira en contra del proyecto divino está hecho de las piedras del odio hostil y los ladrillos de la presuntuosa soberbia, el Enviado de Dios había de ser por excelencia humilde y por esencia Amor. La solidez del puente se afianzaría en una doble prueba: el constructor tenía poder sobre la muerte, y rubricaba el contrato de obra con su propia sangre.

No es casual: al Papa se le conoce y designa comúnmente como Sumo Pontífice, o Pontífice Romano. Quien hace en la tierra las veces de Cristo prolonga su predilecta función de derribar muros y construir puentes. Todas las gentes, en todas las épocas lo saben, lo aprecian y actúan en consonancia. Cada vez que los abismos parecen o son inzanjables y los muros impenetrables, surge espontánea la opción reconocida como más plausible: pidamos la mediación del Pontífice. El es humano como nosotros y tiene influyente contacto con lo divino. Insignificante territorialmente, risible militarmente, está libre de sospecha de parcialidad o afán de supremacía terrenal. Su solidez, su confiabilidad radican en su probada autoridad moral. Chile-Argentina; Obama-Castro lo saben. Palestina-Israel lo esperan.

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